Thursday, March 27, 2008

Vía Lucis, por Jose Luis Martín Descalzo


Durante siglos las generaciones cristianas han acompañado a Cristo camino del Calvario, en una de las más hermosas devociones Cristianas: el Vía Crucis.
¿Por qué no intentar -no (en lugar de), sino (además de)- acompañar a Jesús también en las catorce estaciones de su triunfo?
Esta meditación pascual es la que encierran las páginas que siguen.
Séptima estación JESÚS MUESTRA A LOS SUYOS SU CARNE HERIDA Y VENCEDORA


Pasados ocho días, otra vez estaban dentro los discípulos, y Tomás con ellos. Vino Jesús, cerradas las puertas y, puesto en medio de ellos, dijo:
La paz sea con vosotros.
Luego dijo a Tomás : Alarga acá tu dedo y mira mis manos, y tiende tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel.
Respondió Tomás y dijo: ¡Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo: Porque me has visto has creído; dichosos los que sin ver creyeron.
Muchas otras señales hizo Jesús en presencia de los discípulos que no están escritas en este libro; y éstas fueron escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.
(Jn 20, 26-31)

Gracias, Señor, porque resucitaste no sólo con tu alma,
más también con tu carne.

Gracias porque quisiste regresar de la muerte
trayendo tus heridas.

Gracias porque dejaste a Tomás que pusiera
su mano en tu costado
y comprobara que el Resucitado
es exactamente el mismo que murió en una cruz.

Gracias por explicarnos que el dolor nunca puede
amordazar el alma
y que cuando sufrimos estamos también resucitando.

Gracias por ser un Dios que ha aceptado la sangre,
gracias por no avergonzarte de tus manos heridas,
gracias por ser un hombre entero y verdadero.

Ahora sabemos que eres uno de nosotros sin dejar de ser Dios,
ahora entendemos que el dolor no es un fallo de tus manos creadoras,
ahora que tú lo has hecho tuyo
comprendemos que el llanto y las heridas
son compatibles con la resurrección.

Déjame que te diga que me siento orgulloso
de tus manos heridas de Dios y hermano nuestro.

Deja que entre tus manos crucificadas ponga
estas manos maltrechas de mi oficio de hombre
Ecclesia Digital

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