Sunday, September 28, 2008

La Homilía de Betania : EL HIJO MUDO

Por José María Maruri, SJ


1.- No creo que el Señor ya en sus tiempos fuera partidario del control de natalidad, que no había tal problema entonces en que medio mundo estaba aún desalquilado, pero es notable que cuando habla de hijos lo mismo en esta parábola que en la del hijo pródigo siempre pone dos… y ninguno de los dos es una joya.


El uno, muy buenín en apariencia que le dice a todo que sí y luego no hace lo que el Padre pide. Y otro, que de primeras, le dice que no le da la gana, pero al fin toma la azada y se va a la viña.


No es demasiado bueno el concepto en que el Señor nos tiene cuando nos divide entre los hipócritas, que se nos llena la boca diciendo: “Señor, Señor…”, y luego nos olvidamos de nuestros hermanos. Y los que como los publicanos y las prostitutas, estamos entregados a este mundo en cuerpo y alma, aunque de vez en cuando nos arrepintamos.


--El Señor no nos quiere engañar, no nos quiere dejar que nos creamos, como tantas veces que somos unos buenos hijos en la Casa de Dios, no. El quiere que sepamos revoltosos y perezosos, pero su cariño no depende de eso, no nos quiere porque seamos buenos, sino porque Él es bueno y en eso está nuestra alegría de hijos y nuestra confianza y seguridad.


--El Señor nos conoce bien, como buen Padre, sabe que nuestras negativas Él las vence con paciencia y cariño


--El Señor no ha venido a buscar a los justos (o que se creen justos) sino a los pecadores. No los que se creen pecadores con falsa humildad, sino los que en realidad lo son, los que en realidad lo somos.


--El Señor no nos engaña, nos dice las cosas como son. Cada uno somos la oveja perdida, el hijo pródigo, la moneda extraviada.



2.- ¿Y por qué no pudo el Señor hablarnos de un tercer hijo, un hijo mudo, que no dice ni que SÍ ni que NO, pero que vive con los ojos muy abiertos a ver que hay que hacer en la viña de su Padre y hace en ella lo que puede.


Sabe que hay muchos hierbajos, y muchas piedras, y muchos surcos que abrir y pone las manos a la obra y cada día hace lo que puede.


No discute con el Padre lo mal que ha llevado la viña tantos años, lo anticuado de sus métodos, no le muestra estadísticas de lo que no hizo y lo que podría hacerse. No le echa en cara no estar en la dinámica de que no sé que cosas, ni le pide consensuar, no le dice que tiene que sacar un título, ni hacer unos cursillos, o un master.


Este hijo mudo sabe que hoy hay mucha palabrería, muchas reuniones inútiles, muchas conferencias inútiles, mucho bla-blá y que mientras todas esas palabras habladas o escritas nos aplastan, la viña está abandonada. Los ancianos y enfermos están abandonados, los confesionarios vacíos por dentro y por fuera, no hay catequesis apropiada para niños, no hay misa para jóvenes, no se da prioridad a ejercicios espirituales para gente joven y la viña se envejece y se empobrece cada día.


Pero este hijo mudo sabe que la alegría de su Padre es que él haga lo que pueda y un día se verá fruto. De este hijo mudo no nos habla el evangelio tal vez porque no lo hay… ¿No querremos ser nosotros estos hijos mudos que trabajan sin hablar?

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