Sunday, January 18, 2009

Homilía de Ciudad Redonda: “Venid y lo veréis”

“Venid y lo veréis”


La Encarnación es la clave fundamental de nuestra fe: Dios se ha encarnado en Jesús de Nazaret. Lo acabamos de celebrar y recordar en la Navidad. Y la Encarnación ha cambiado total y radicalmente nuestra forma de relacionarnos con Dios. En el mundo judío en que vivió Jesús y, en general, en las otras religiones Dios es un ser lejano, todopoderoso, lo sabe todo, lo conoce todo, controla incluso el futuro e impone una serie de normas y condiciones a los humanos. El no cumplimiento de esas leyes implica el castigo divino.
Por eso, la relación con Dios está dirigida a aplacar su ira y su cólera. Hay que hacer sacrificios (a veces sin sentido alguno para la vida de la persona) en orden a conseguir el perdón de Dios. La persona humana, desde esa perspectiva, sólo puede vivir humillándose en la presencia de Dios, reconociendo su nulo valor, su impotencia.



Un Dios que se pone a nuestro nivel

Pero a partir de Jesús todo ha cambiado. Dios se nos ha hecho cercano. En Jesús nos manifiesta su amor incondicional, su misericordia infinita, su deseo de que todos vivamos en paz, amor y fraternidad. La relación con Dios ya no consiste en mirar hacia arriba con temor y temblor sino en mirar a nuestra propia altura porque Dios se ha hecho carne de nuestra carne, camina por nuestros caminos, come con nosotros. Está tan cercano que siente nuestros dolores como suyos y se com-padece con nosotros.


Entendido esto, se nos hace más fácil, cercano y familiar el Evangelio de hoy. Dos discípulos de Juan se fijan en Jesús y tienen con él una conversación que cambia su vida. Como le podría pasar a cualquier persona. Su inquietud se concentra en una pregunta: “¿Dónde vives?” y la respuesta de Jesús se convierte en invitación para la amistad, el diálogo y la posibilidad de compartir una vida de una manera diferente: “Venid y lo veréis”.



El gozo de la fraternidad

No hay otra forma de conocer a Dios sino siguiendo a Jesús, escuchando su palabra, pasando ratos en diálogo y en silencio con él, siguiendo sus huellas. Podemos estudiar muchos libros, asistir a muchos cursillos y participar en muchas celebraciones, y quedarnos sin entender nada. He conocido a personas que después de muchos años de ir a misas y rezar muchas oraciones todavía seguían viviendo su relación con Dios como una especie de contrato comercial: “Yo hago todos estos sacrificios y espero que a cambio Dios me dé la salvación”. No dudo que Dios les llenará de su misericordia. Pero por el camino se han perdido lo mejor: la oportunidad de vivir el gozo de la fraternidad del Reino con sus hermanos y hermanas, siguiendo a Jesús por los caminos de la vida.


Seguir a Jesús no es un compromiso ciego. La Palabra nos guía y nos orienta a la fraternidad. A Dios no se le adora ni honra en los templos sino en la cercanía a los más pobres y olvidados de este mundo. No hay más que recordar la parábola del juicio final del capítulo 25 de Mateo. Con Jesús descubrimos el gozo de vivir en fraternidad. Vale la pena seguirle


Por eso vale la pena escuchar su voz que hoy nos vuelve a decir: “Venid y veréis”. A partir de ahí comienza una aventura sin parangón en la que todo nuestro ser, nuestro tiempo, nuestras cualidades, se ponen al servicio del Reino, de la fraternidad, de la construcción de un mundo más justo. Trabajos, preocupaciones, descanso, sufrimientos, todo cobra sentido por el Reino. Igual que Jesús.


Ahora podemos leer de nuevo la primera y la segunda lecturas. Están llenas de sentido. No nos llevan a la esclavitud sino a la suprema libertad, a la decisión que nos abre verdaderamente a la Vida, a la única que vale la pena. Porque la voluntad de Dios no es otra que el bien de sus hijos e hijas, de toda la persona y de todas las personas.


Ya es hora de ponerse en camino y seguirle.

Fernando Torres Pérez
fernandotorresperez@earthlink.net

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