Sunday, January 04, 2009

La Palabra se hizo Carne

Esta afirmación del prólogo del Evangelio de Juan que hoy se proclama, como un eco del día de Navidad, es la clave que nos sirve para reflexionar sobre el misterio de la Navidad. La Palabra, la Sabiduría, como se dice en la primera lectura, es Dios mismo.



Esto supone una verdadera revolución. Hasta entonces, y para muchos hasta hoy, se pensaba que Dios, la divinidad, estaba más allá, en otro mundo diferente de éste nuestro, lejano e incontrolable, un mundo amenazador para la seguridad humana y para la vida humana. La amenaza era tal que había que aplacar su ira, la de la divinidad, con sacrificios.

¿Han pensado alguna vez que muchos de los templos de las religiones antiguas más parecían cárceles que casas abiertas? Siempre había una habitación interna, cerrada, sin ventanas. Allí era donde se suponía que estaba la presencia de Dios. Allí sólo entraba el sacerdote. Para los demás era peligroso entrar ahí porque la presencia de Dios era un peligro para la vida humana.

De nuestra propia carne

Pero Juan nos dice que en el nacimiento de Jesús la Palabra se hizo carne. Así de sencillo. Se hizo carne como la nuestra. Con toda su debilidad congénita, con todas sus limitaciones. El Todopoderoso –atributo que siempre se ha puesto como característica de la divinidad– se encarna en la debilidad de un niño recién nacido. La Palabra se hizo carne y se hizo uno de nosotros, renunciando a su forma de ser Dios. Jesús caminó por nuestros caminos, sufrió nuestros catarros y compartió nuestras alegrías y dolores.


Esa presencia de Dios entre los hombres, esa cercanía y renuncia a su poder, esa simpatía con nuestras preocupaciones, esa compasión continua, esa oferta de reconciliación, no podía menos que ser una sorpresa para muchos. Por eso no es de extrañar que, como dice el Evangelio, “Al mundo vino... y el mundo no la conoció”. Y más adelante: “Vino a su casa y los suyos no la recibieron”. Era un cambio demasiado fuerte. No estaba la gente acostumbrada a sentir a Dios así, cercano, atento a sus necesidades, lleno de amor. No estábamos acostumbrados a que Dios se pusiese a nuestra altura, a que para ponernos al lado de Dios no hubiese que subir sino que bajar (recordemos el encuentro de Zaqueo con Jesús).

Desde la primera Navidad, la humanidad ya no tiene que mirar a lo alto sino a lo bajo para encontrarse con Dios. Circula por ahí un libro con el título “Bajar al encuentro de Dios”. Es un título verdaderamente acertado y condensa bien el cambio radical que supuso el nacimiento de Jesús, la encarnación de la Palabra.

Un Dios cercano y lleno de amor

Ya no vale otra forma de acercarse a Dios. Sólo a través de Jesús conocemos de verdad a Dios. Hay que acercarse a los Evangelios, bucear en ellos, perdernos en sus relatos, en sus parábolas, en sus historias, para conocer el verdadero modo de ser de Dios. Ya no es aquel Dios lejano y terrible que amenaza con la muerte a los hombres o mujeres que no cumplen con sus normas y mandatos.


El Dios de Jesús es el Abbá, el Padre amoroso que desea reunir a sus hijos e hijas en torno a su mesa, que se preocupa sobre todo de los más débiles y que ha escuchado el grito de los oprimidos y está comprometido en su liberación. Como dice Juan, “a Dios nadie le ha visto jamás”, sólo Jesús “es quien lo ha dado a conocer”. No valen otros milagros, apariciones ni revelaciones.

Hoy a nosotros, los cristianos, se nos ha dado a conocer la esperanza a la que hemos sido llamados, la riqueza de gloria y de vida que se nos ha dado en herencia. Llevamos ese tesoro en vasijas de barro pero el gozo y la alegría que nos da el sabernos amados por Dios y destinados en Jesús a ser sus hijos, nos lleva a comunicar a todos los que nos rodean este gran misterio de vida y esperanza para toda la humanidad: la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, que se ha hecho misterio de amor y cercanía y cariño para todos, que hay esperanza a pesar de todo, que hay vida porque nuestro Dios es Dios de Vida y no de muerte.


Fernando Torres Pérez
fernandotorresperez@earthlink.net

Ciudad Redonda

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