Sunday, May 31, 2009

Con los ojos puestos en el futuro


Se van a cumplir dos años de mi servicio como Obispo en esta Iglesia de Tánger, y en este tiempo he podido acercarme a la vida de la diócesis, a las inquietudes de la sociedad civil en esta parcela del reino de Marruecos, a los problemas de los inmigrantes, a la miseria de muchos hombres, mujeres y niños que, por clandestinos, nada tienen, ni siquiera papeles.

El corazón intuye y la fe sabe que en todas las cosas alienta el Espíritu del Señor, y que es el amor de Dios el que nos interpela desde la realidad en la que vivimos.
Parece llegado el momento de que entre todos, teniendo en cuenta que nos hallamos ante nuevas situaciones, nuevas pobrezas, nuevas esclavitudes, nuevas oportunidades, veamos si son posibles nuevas opciones, nuevas propuestas y nuevas tareas para las instituciones que en la archidiócesis de Tánger están haciendo presente y visible el amor de Cristo por los pobres.
Este trabajo de discernimiento será eficaz si lo hacemos en obediencia al Espíritu del Señor, con profundo respeto a la diversidad de carismas que hallamos en nuestra Iglesia, atentos al grito de los pobres y a los signos de los tiempos, pues somos cristianos, ungidos por el Espíritu del Señor, enviados del Dios vivo a evangelizar a los pobres, testigos de su pasión por los desheredados, revelación de su amor a los oprimidos.
1.- Una labor ingente:
Son muchas las personas que en esta Iglesia han entregado su vida al servicio de los demás, y es ingente la labor que en el momento actual se continúa realizando.
La Iglesia de Tánger está integrada por un pequeño número de fieles –estimado en unos 2500- que, con el ejemplo de sus vidas, hacen presente a Cristo entre musulmanes y llevan a los pobres la buena noticia del amor que es Dios.
Los presbíteros dedicados a la cura pastoral en esta diócesis han hecho posible con su trabajo el desarrollo normal de la vida de esta Iglesia. Su presencia ha garantizado a los fieles la proclamación de la Palabra de Dios, la celebración de los sacramentos, la caridad de la escucha y del consejo, la armonía en la oración común, la formación indispensable en la doctrina de la fe y en los mandamientos del Señor.
Este trabajo humilde y generoso lo han desempeñado durante más de cien años los religiosos de la Orden de Frailes Menores y, en esta diócesis de Tánger, de modo muy especial los franciscanos de las Provincias de Santiago y de Nuestra Señora de Regla.
Tal vez animadas por esa normalidad eclesial garantizada en los diversos territorios de la diócesis, fueron muchas las instituciones eclesiales que vinieron a realizar su tarea evangelizadora en esta misión. Continúan en ella las Carmelitas Descalzas –un monasterio de clausura contemplativa en el corazón de esta Iglesia-, las Hijas de la Caridad, las Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento, las Misioneras de la Caridad, las Franciscanas Misioneras del Corazón Inmaculado de María, las Franciscanas Misioneras de la Inmaculada Concepción, las Franciscanas de la Inmaculada, las Hermanas del Instituto de la Bienaventurada Virgen María, la Compañía Misionera del Sagrado Corazón, las Franciscanas Misioneras de María, las Esclavas de la Inmaculada Niña, Carmelitas de la Caridad, Religiosas de la Compasión, Ursulinas de Jesús, Franciscanos de Cruz Blanca, Instituto Secular “Pro Ecclesia”, Instituto Secular “Vita et Pax”, Movimiento “Obra de María”.
Y todo parece dispuesto para que en un futuro inmediato –al comienzo del próximo curso- lleguen a la diócesis las Religiosas de Jesús-María y algunos sacerdotes «Fidei donum», procedentes de la diócesis de Cádiz.
Junto a estas instituciones, todas ellas de vida consagrada, desarrollan su actividad misional muchos laicos integrados en otras instituciones, como son las Caritas -diocesana y locales-, el Consejo Pastoral, los Centros Culturales Lerchundi, el Hogar Lerchundi, la Carpintería Hogar Padre Lerchundi, el Centro Baraka, el Centro Assabil.Muchas instituciones, un corazón. Muchos carismas, un único Espíritu. Por este Espíritu, con ese corazón, Cristo continúa acercándose a los pobres y anunciándoles el reino de Dios.
Parecen manifiestas las querencias del Espíritu del Señor, pues en todo tiempo sale con sus ungidos al encuentro de los pobres. Es como si escribiese una y otra vez el mismo evangelio –el evangelio de Jesús, vuestro evangelio-, siempre para los mismos destina-tarios: ancianos, enfermos, prisioneros, sordomudos, discapacitados, ignorados al borde del camino, niños de la calle, hambrientos, mujeres –mujeres abandonadas, mujeres maltratadas, madres solteras, ¿mujeres sin más?-, inmigrantes, clandestinos.
Intuyo que el Espíritu de Dios, al ungir vuestras vidas, al salir con vosotros al encuentro de los pobres, continúa buscando el cuerpo doliente de Cristo para acudirle en su necesidad, busca a Cristo todavía crucificado para resucitarlo.
2.- Una nueva situación:
El Espíritu del Señor espabila cada mañana el oído de la Iglesia para que escuchemos como los iniciados, y nos invita a escudriñar la realidad para descubrir en ella los nuevos rostros del Crucificado. Y nosotros, como siervos del Amor, no nos resistimos a la escucha, no nos echamos atrás ante la misión. Para nosotros es tarea siempre necesaria, y hoy puede que se haya hecho apremiante, la de un discernimiento de prioridades y opciones que nos permita acercarnos a los que la injusticia va dejando abandonados, desnudos y medio muertos, en el camino de la vida.
2.1.- Hacer visible el rostro de los excluidos:
El mayor poder del que disponen los medios de opresión es el de ocultar el rostro de sus víctimas. Y ésa es la mayor violencia que sobre ellas se puede ejercer, pues no sólo se violan sus derechos fundamentales, sino que además se las excluye de la compasión y de la esperanza: ¡las víctimas no existen!
Un primer trabajo para esta Iglesia es el de revelar la imagen oculta de los excluidos, echar luz sobre la humanidad herida, dar rostro al sufrimiento. Y para ello hemos de hacer un cuidadoso trabajo de discernimiento en diversos campos de la realidad, en los que deambulan sometidos, resignados, violentados, culpabilizados, humillados, los ex-cluidos.
Esta Iglesia nuestra ha de establecer prioridades y señalar objetivos en el vasto campo de la pobreza inicua que priva al ser humano del necesario alimento, del agua potable, de una vivienda digna. Es urgente buscar caminos de liberación para tantas personas que no tienen cubiertas las necesidades básicas de la vida.
Esta Iglesia ha de establecer prioridades y señalar objetivos en el campo, todavía más arduo, más delicado y más complejo, del acceso de las personas a los derechos cívicos: la educación, la asistencia sanitaria, el trabajo, los derechos políticos, la libertad de expresión, la libertad religiosa, la libertad de conciencia, ¡la libertad!
Es urgente buscar caminos para la liberación de la mujer. Desde hace mucho tiempo, en esta Iglesia se ha trabajado en lo que solemos llamar “la promoción de la mujer”. Desde hace tiempo os habéis preocupado de dar a las mujeres más necesitadas la formación más necesaria: alfabetización, formación profesional, sentido de la dignidad de la mujer… Pero no se os oculta que todavía se mantienen en esta sociedad niveles llamativos de discriminación por razón de sexo, discriminación que genera situaciones de grave e injusta dificultad para las mujeres, muchas veces de condena de estas víctimas al destie-rro de la vida civil.
Es urgente buscar caminos para la liberación de los llamados niños de la calle. Los hay en las ciudades más importantes de esta diócesis, y la Iglesia, a través de varias de sus instituciones, se viene ocupando de ellos desde hace años. Es mucho y hermoso lo que se está haciendo, pero el corazón me dice que podemos aspirar a más. Y ese más requiere de todos nosotros discernimiento, pasión y decisión.
Es urgente buscar caminos para humanizar la vida de los presos. Hay en esta Iglesia personas con notable experiencia de trabajo en las cárceles. Se trata de un ámbito de acción en el que todas las opciones pasan por una deseada y necesaria colaboración con las autoridades penitenciarias marroquíes. Humanizar el paso por la cárcel no es reducir la pena por los delitos cometidos, sino aumentar las posibilidades de redención de la persona que los ha cometido.
Esta Iglesia ha de establecer prioridades y señalar nuevos objetivos en el campo de la atención a los que se ven limitados en sus posibilidades de inserción social por algún tipo de minusvalía: discapacitados profundos, niños con síndrome de Down, sordomudos, ciegos. Se trata de personas a las que muchos de vosotros habéis cuidado y estáis cuidando y formando con dedicación y ternura. Eso mismo hace que veáis nuevas metas para vuestra acción con ellos: hacer que la sociedad asuma su responsabilidad en la tarea de prepararlos para la vida –no sólo trabajar a favor de los más débiles de esta sociedad, sino también trabajar con sus organizaciones sociales-, luchar por el reconocimiento de la capacitación recibida, luchar por la integración de todos en la sociedad.
Discernimiento particular requiere el mundo de los clandestinos. Me refiero a los inmigrantes del África central, que suben hacia las fronteras del sur de Europa, personas sin papeles y sin derechos, a la espera de que un día puedan “hacer el viaje” a la otra orilla. En este mundo de los clandestinos injusticia y sufrimiento están garantizados para todos; pero son mujeres y niños las víctimas más indefensas y las más vejadas. Aquí estamos hablando de tráfico de personas, prostitución femenina, explotación sexual de menores.
Hablamos también de emergencia humanitaria por falta de alimentos, de ropa, de una mínima atención sanitaria. Es éste un campo de acción que presenta enormes dificultades por la clandestinidad de los pobres, por su “reclusión” en un mundo sin derechos, y por la ilegalidad más que posible de la compasión y la benignidad. Pero por eso mismo, éste es un campo que la Iglesia no puede dejar de trabajar con toda la fuerza de su corazón de madre.
2.2.- De modo que Cristo cure a Cristo:
Se nos ha hecho apremiante el discernimiento, pero, al hacerlo, no hemos de olvidar que somos “ungidos” del Espíritu Santo, y que somos sus “enviados”, como fue ungido y enviado Cristo a evangelizar a los pobres.

No es ésta la hora de transformar a la Iglesia en una asociación de organizaciones no gubernamentales; no es ésta la hora de reducir el evangelio a labor de promoción social de los menos favorecidos; no es ésta la hora del encubrimiento de nuestra identidad más honda: de nuestra comunión con Cristo, de nuestra alegría y de nuestra esperanza. En el reloj de la historia de la Iglesia está sonando con más fuerza que nunca la hora de los testigos, los mártires, los místicos, los que confiesan su fe con la totalidad de sus vidas.
Invito a los fieles de esta Iglesia a un discernimiento en profundidad de la dimensión contemplativa de nuestra vida: Teresa del Niño Jesús –las comunidades contemplativas del mundo entero-, sabe lo que es la eficacia misionera, y los cristianos en tierra de misión saben que los ha de guiar en su tarea evangelizadora la luz de la contemplación.
El Espíritu de Dios remite a las profundidades del misterio de nuestra fe. El mismo Cristo Jesús que, subiendo a los cielos, dijo a sus discípulos: “Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación”, les dijo también: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. El que sube a los cielos, no deja a los pobres por los que bajó de los cielos; continúa cerca de ellos, con ellos, en su cuerpo que es la Iglesia; continúa amándolos con vuestro corazón y curándolos con vuestras manos.
Vosotros sois sacramento del amor de Cristo derramado como ungüento sobre las heridas del mundo. También le habéis oído decir: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui extranjero y me recogisteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, estuve en la cárcel y fuisteis a verme”. Y luego oísteis la asombrosa declaración: “Cada vez que lo hicisteis con un hermano mío de esos más humildes, lo hicisteis conmigo”.

Éste es el sentido último de vuestro trabajo a favor de los excluidos de la tierra: Cristo, que ama en su Iglesia, se ocupa de Cristo, que sufre en los pobres. ¡Cristo cuida de Cristo!
Esta dimensión mística de vuestra vida ha de ser discernida y cultivada, yo diría mimada por todos, para que el trabajo de la Iglesia no degenere en activismo, en esclavitud de los resultados, en ideología, en cálculo de beneficios.
Sólo la contemplación os mantendrá en el ámbito del evangelio, de la gratuidad, del don de Dios, del amor que es Dios.
3.- Una invitación a mirar hacia el futuro:“El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que habita en nosotros”. El amor es una fuerza que mira descaradamente al futuro de quien ama y de quienes son amados.
En la carrera de la fe, el testigo que recibimos de quien nos ha precedido y entregamos a quien nos ha de relevar es el mandato del amor. A nosotros se nos pide correr para ganar: hacer nuestra tarea para que el reino quede más cerca al final de nuestro esfuerzo. No corremos por el aplauso del estadio, sino por el milagro siempre asombroso del amor que anticipa el mundo futuro.
La tarea de discernir prioridades y opciones en la acción de nuestra Iglesia, concierne a todos los organismos eclesiales: el Colegio de Consultores, el Consejo Presbiteral, el Consejo Pastoral, las parroquias, las Caritas diocesana y parroquiales, los Institutos Religiosos, los Institutos Seculares de vida consagrada.
A nadie se le oculta, sin embargo, que son los Institutos de vida consagrada los que han asumido mayores responsabilidades y han derrochado más esfuerzo en la acción social de esta Iglesia. Y a ellos dirijo en primer lugar este llamamiento a mirar hacia el futuro. Es mucho y muy hermoso lo que estáis haciendo. Es mucho y muy necesario lo que los pobres esperan todavía que hagáis por ellos.
Supongo que todos ganaremos si conseguimos una mejor coordinación de lo que ya se hace, una más estrecha colaboración entre las diversas instituciones, una mayor implicación del mundo musulmán en la defensa de los débiles, una mayor cercanía de los Institutos de vida consagrada a sus hermanas, a sus hermanos, destinados en esta Iglesia misionera.Pido al Consejo de Religiosas que elabore una hoja de ruta para que se vaya haciendo en la misión, entre las religiosas, entre los religiosos, este trabajo de discernimiento.
4.- Ven, Espíritu Santo:
Queridos: nada podremos hacer si no es bajo la acción del Espíritu Santo. ¡Y es tanto lo que tenemos que hacer! De ahí que a todos los hijos de esta Iglesia, a todos sin excepción, les pido como quien pide la vida, que oréis con insistencia para que el Espíritu Santo venga a nosotros, nos ilumine con su luz, nos enriquezca con sus dones, y nos conceda gozar de su consuelo:
“Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos.Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro”.
Que el Espíritu de Dios sea siempre vuestra fuerza.
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo MartínezArzobispo de Tánger

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