Monday, June 22, 2009

El apóstol San Pablo, genial teólogo e intrépido misionero


Ante la clausura del Año Jubilar del nacimiento bimilenario del apóstol Pablo, heraldo enamorado y apasionado de Cristo, genial teólogo e intrépido misionero, celebrada el próximo día 28 de este mes junio, quiero expresarle mi más profunda admiración y rendirle mi mayor homenaje de afecto, estima y consideración por su enérgica y valiente personalidad, por sus geniales enseñanzas y por sus viajes apostólicos de intrépido misionero en medio de unas circunstancias difíciles y adversas dentro y fuera de la primitiva Iglesia cristiana.
Pablo nace entre los años 7 al 10 de la era cristiana, en Tarso, entonces una hermosa, culta y próspera colonia griega. Sus padres eran ricos comerciantes judíos de la secta fariseo, de habla y ascendencia aramea, quienes le imponen el nombre hebreo de Saúl, en griego Saulo. Le educan en su religión judía de carácter fariseo y en la cultura helenista. Obtiene el oficio de tejedor de telas y consigue el “jus civitatis romani” (el derecho de ciudadanía romana).

A los quince años, sus padres le envían a Jerusalén para que estudie la religión judía en la escuela del sabio rabí Gamaliel, convirtiéndose en un fanático judío persiguiendo a los discípulos de Jesús y participando en la muerte de Esteban, primer mártir cristiano, por hablar contra el Templo y contra la Ley Mosaica.

Enfurecido, pide cartas de recomendación para perseguir a los cristianos en Damasco y llevarlos atados a Jerusalén. Por el camino, una luz lo derriba del caballo y se le aparece Jesús resucitado que le dice: “yo soy a quien tú persigues”. Llegado a Damasco, le visita Ananías manifestándole: “el Señor que te apareció en el camino, me envía para que recobres la vista y recibas el Espíritu Santo”. Desde entonces, Pablo “se convierte en el mayor defensor suyo”, como enseña Don Quijote. Pequeño de estatura y débil de salud, pero todo un líder religioso y un gran dialéctico que utilizaba las antítesis Dios-mundo, pecado-justicia, cuerpo-alma, hombre viejo-hombre nuevo, espíritu-letra, y sus conclusiones iban de menos a más.

Era un hombre de pensamiento con genial discurso y con una intrépida acción misionera conquistadora y propagandística que brotaba de su enérgica personalidad que no se arredraba ante nadie ni ante nada. Tenía un alma fuerte, atrevida, entusiasta e independiente con un temperamento de jefe, con una voluntad de hierro, con un carácter apasionado y polémico que movía al amor o al odio, con un corazón lleno de ternura y compasión que despertaba fuerte atracción y guía en los demás,

Pablo es un genial teólogo, o como enseña Don Quijote “el doctor de las gentes, a quien sirvieron de escuela los cielos y de catedrático y maestro el mismo Jesucristo”. Ciertamente, es el fundador de la teología cristiana sistematizada y expresada divinamente en sus cartas, escritas por su mano o dictadas a Timoteo o Lucas, llenas de unción, ternura y encanto que respiran salvación divina y amor humano por toas partes.

Sus catorce cartas contienen geniales enseñanzas sobre la existencia de Dios, el origen y remisión del pecado en el mundo, la salvación del ser humano por medio de Cristo Jesús, la resurrección de los muertos y la vida eterna; y hermosas doctrinas sobre la caridad, el amor, los sacramentos, los dones del Espiritu Santo, el matrimonio, el trabajo, la Iglesia y el sacerdocio

En su famoso discurso a los atenienses que adoraban al Dios desconocido, les manifiesta: “pasando por vuestras calles y mirando vuestros sagrados objetos, he hallado un altar en el cual había escrito al Dios desconocido. Pues bien, de Él vengo hablaros y dároslo a conocer. Ese Dios desconocido es el que ha hecho el cielo y la tierra y todo lo que contiene. Es el Señor del cielo y de la tierra, que no habita en los templos ni necesita nada, puesto que a todos nos la vida, el aliento y cuanto existe, y en él vivimos, nos movemos, existimos y somos”.

Pablo no conoció al Cristo histórico, al que muchos judíos cristianos, sobre todo, de Jerusalén, le seguían como a un gran Profeta, pero conoció en el camino de Damasco al Cristo resucitado, Jesús de Nazaret, el Hijo unigénito de Dios Padre, que redime, salva, justifica y santifica al hombre. Desde entonces, se convierte en su heraldo enamorado y apasionado. Todas sus cartas tienen la misma finalidad: predicar y enseñar a “Cristo Jesús muerto y resucitado, escándalo para los judíos y necedad para los griegos, pero para los cristianos salvación eterna del ser humano”.

De este modo, el Pablo que siendo judío daba la vida por la Ley Mosaica, convertido cristiano escribe: “el hombre no se salva ni se justifica por la Ley Mosaica, sino por la fe en Cristo Jesús. Confiaba y le amaba tanto que dice: “mi vida es Cristo Jesús”, y “quien vive en mí, no soy yo, sino Cristo Jesús que vive en mí”.

Pablo creía firmemente en la resurrección de los muertos, cuya garantía es la resurrección de Jesús, el Cristo. A la pregunta, ¿cómo resucitarán los muertos?, solía responder con el ejemplo del grano de trigo que muere para renacer en la forma de tallo y dar fruto. Así, dice: “lo mismo ocurrirá con la resurrección de los muertos, cuyos cuerpos corruptibles y mortales se revistarán de incorruptibilidad y de inmortalidad”. Su expresión constante de origen sirio en sus labios era: “maran atha” (el Señor va a venir).

Para Pablo, la caridad y el amor es la ley suprema de la Iglesia y de todas las escuelas. Inspirado por el Espíritu Santo escribe una admirable página en la línea de los inmortales discursos de Jesús de Nazaret sobre el amor: “si yo tuviera lenguas de hombres y de ángeles, el don de la profecía, toda la fe que traspasase las montañas y conociera todos los misterios, si no tengo caridad o amor nada soy y nada me aprovecha”.

Define la caridad y el amor diciendo: “es paciente, benigno, no es envidioso, no obra precipitadamente, ni se ensoberbece, no es ambicioso, no busca su provecho, no es iracundo, no piensa mal, no goza en la iniquidad sino en la verdad, todo lo sobrelleva, todo lo crea, todo lo espera y todo lo soporta”. Continúa: “la caridad o el amor nunca termina, aunque se acaben las profecías, cesen las lenguas y se destruya la ciencia; ahora permanecen en este mundo tres cosas, fe, esperanza y caridad, pero la mayor es la caridad o amor que es lo único que permanece en la vida eterna”.

Pablo era un nato trabajador y buen obrero. Criticaba enérgicamente la pereza y la ociosidad, y repetía constantemente “el no trabaja no coma”. Procuraba no ser gravoso a las comunidades cristianas que visitaba y fundaba. Su práctica constante, salvo excepciones, era subsistir y vivir de su oficio y trabajo de tapicero. Para él, la Iglesia era la asociación de buenos obreros, joviales y contentos que creen, esperan y aman entrañablemente a Cristo Jesús, como su tabla de salvación.

Para Pablo, el bautismo cristiano borra los pecados personales, infunde el Espiritu santo e incorpora a la Iglesia. La Eucaristía es Cuerpo y la Sangre de Cristo Jesús que da como alimento espiritual a los miembros de la Iglesia, su cuerpo místico, junto con los poderes de Dios Padre y los dones del Espíritu Santo para servicio de la humanidad. El matrimonio es la unión de un hombre y de una mujer, simbolizados en la unión entre Cristo y su Iglesia; y el sacerdocio es un servicio sacramental a la comunidad eclesial.

Pablo fue un intrépido misionero o como dice Don Quijote: “un incansable trabajador en la viña del Señor”, padeciendo y sufriendo muchas fatigas, trabajos, vigilias, hambre, sed, frío, desnudez, naufragios, azotes, pedradas y peligros de muerte por la fe cristiana. En este sentido, escribe: “cinco veces los judíos me han aplicado treinta y nueve azotes con cuerdas, tres veces he sido apaleado, una vez apedreado, he naufragado tres veces, he tenido peligros sin número en el mar, en los ríos, en el desierto, en la ciudad y en todas partes por parte de los judíos y de los falsos hermanos”.

Los apóstoles Pedro, Santiago Alfeo, hermano del Señor y muchos cristianos judíos de la diáspora eran partidarios de la circuncisión judía como requisito previo para ser bautizado y ser cristiano, a lo que Pablo se oponía, y los religiosos judíos no aceptaban su discurso y predicación contra la Ley Mosaica.

Pablo inicia sus tres viajes apostólicos de misionero trepidante, en el año 45, partiendo de Jerusalén, trabajando de telonero para obtener los recursos materiales necesarios para afrontar sus gastos. En su primer viaje que dura del año 45 al 49, recorre Chipre, Asia Menor, Pamfilia, Pisidia, Licoania, Derbe, Antioquia de Pisidia, Iconio, Listres y Antioquia regresando a Jerusalén.

En su segundo viaje, que dura del año 50 al 53, visita las comunidades cristianas creadas por él en Asia Menor y Galacia, recorre Filipo de Macedonia, Tesalónica, Atenas y Corinto, Éfeso y Antioquia regresando a Jerusalén. En su tercer viaje, que dura desde el año 53 al 58, vuelve a Éfeso, Grecia, Corinto, llega a las orillas del Adriático, retrocede a las islas de Mitilene, Chíos, Samos y Rodas y Siria regresando a Jerusalén.

Pablo, apenas llegaba a una ciudad, se informaba si había cristianos en dicho lugar. Se alojaba en su casa, trabajaba por su oficio de telonero y esperaba llegase el sábado para ir a la sinagoga. Como era una persona instruida, el jefe le invitaba a dirigir unas palabras sobre la Ley Mosaica y los Profetas a los asistentes.

Entonces, Pablo aprovechaba la ocasión para hablarles de Cristo Jesús, como fundador de una religión nueva, llamada cristiana, nacida en Israel para salvación del pueblo judío y de todas las gentes. Ello les producía asombro y desconcierto. Los jefes de las sinagogas al ver que algunos judíos se convertían al Cristianismo, empleaban toda la violencia contra él, utilizando castigos vergonzosos que las normas judías ordenaban a los heréticos o bien le denunciaban a las autoridades políticas para que fuese apaleado o excusado del país o ciudad.

Quizás el número de judíos y gentiles convertidos por el apóstol Pablo en sus viajes de intrépido misionero o trabajador incansable de la viña del Señor no pasasen de mil personas, pero este pequeño número de fieles fue la fuerza indestructible y la semilla cristiana que fructificaría en millones de cristianos por todo el mundo a través de los siglos y de la historia.

Pablo sintiendo próxima su muerte y como inmediata despedida de esta vida, escribe conjurando con instancia a su discípulo Timoteo: “predica la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con paciencia y doctrina; porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades, apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas”.

Continúa: “tú, en cambio pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio, porque yo estoy apunto de ser inmolado y mi partida es inminente. Competí en noble competición y he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe; y desde hora me aguarda la corona de justicia que aquel día me entregará el Señor, el justo juez, y no solo a mi, sino a todos aquellos que hallan esperado su manifestación”.

Según afirma una antigua tradición, el 28 o 29 de junio del año 67, muere ejecutado a espada en el camino de Ostia, conforme a un privilegio que se concedía a los ciudadanos romanos, ordenado por el loco emperador Nerón en su persecución contra los cristianos, a quienes culpó maliciosamente del incendio de Roma.

Tácito escribe en sus Anales: “según un rumor siniestro, el emperador Nerón había incendiado la ciudad de Roma y para disipar esta creencia y culpar a otros, martirizándolos, acusó a los cristianos”. Pedro fue crucificado, el mismo día o un día después, con la cabeza hacia abajo, pues había pedido a sus verdugos serlo de este modo recordando humildemente la crucifixión de su divino maestro, Jesús Nazareno

En el segundo siglo apenas se hablaba Pablo por medio a sus enemigos, pero en los siglos III, IV y V su memoria renace y crece grandemente, considerándolo como el doctor por excelencia, el fundador de la teología cristiana y el inspirador de los grandes concilios, en los cuales se establecen casi todos los dogmas y doctrinas de fe cristiana.

En la Edad Media, sobre todo en Occidente, su memoria y doctrina no dice nada a los pueblos bárbaros y sufre un olvido fuera de Roma. Queda eclipsado por san Pedro, a quien sus millones de devotos le dedican miles de catedrales y templos por todas partes. Pablo, apenas se le recuerda, sin embargo es el inspirador de san Agustín y de santo Tomás de Aquino.

La Reforma protestante y la Contrarreforma de la Iglesia Católica, en la Edad Moderna, restablecen sus enseñanzas, su doctrina, autoridad y gloria. Desde entonces, el nombre del apóstol Pablo está por todos lados y por todas partes en las lecturas litúrgicas eclesiales, en las homilías, predicaciones, publicaciones, libros y en la boca de cristianos y no cristianos, de creyentes y ateos o agnósticos.

¡La memoria de su enérgica personalidad, de su genial y divina doctrina y de intrépido ejemplo de misionero permanece vivamente en todos los fieles cristianos, siendo fuente de vida y salvación!


José Barros Guede. - A Coruña, junio de 2009

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