Sunday, June 14, 2009

La homilía de Ciudad Redonda: Una cena, un Sacramento: El Pan de Vida

Un grupo de amigos se sientan en torno a la mesa. Están muchas veces juntos. Dialogan. Charlan. Ríen. A veces también se enfadan. Les une uno de ellos. Es el líder. Les ha mostrado un camino diferente, una forma diversa de ver el mundo. Las personas tienen un rostro nuevo. Les habla de Dios y de su Reino. Es un mensaje que rompe moldes. Propone una verdadera revolución.




Es el mundo patas arriba. Los pobres tendrán un puesto privilegiado en la mesa común y los ricos serán como uno más. El puesto de honor es el que ocupan habitualmente los criados. Y los más importantes en ese Reino hacen precisamente lo que hacen los criados. No hay lugar para la venganza ni para la violencia. Pero sí para el perdón sin límites y la reconciliación.


La cena de hoy no es una más. Todos sienten que tiene algo de despedida. El maestro dice adiós. No saben qué pero algo va a suceder. Algo malo que va a romper esta comunión en que han vivido los últimos años. Se sienten inquietos. El tiempo va pasando. Los platos se suceden. Las viandas se consumen. Una vez más, lo importante no es lo que se come sino la convivencia, la comunión, la escucha. Esta noche dejan hablar al maestro. Intuyen que puede ser la última vez.



“Esto es mi cuerpo”

La sorpresa viene cuando el maestro toma el pan y el cáliz de vino y se los entrega a todos para que lo compartan. Es un signo de comunión. Es un signo de su amistad, de lo mucho que han compartido y que es difícil de expresar. Pero el líder, el maestro, Jesús, añade unas palabras misteriosas: “Esto es mi cuerpo”, “Esta es mi sangre”. Su cuerpo y su sangre se entregan para la vida del mundo. Su entrega, su muerte, es la condición para que el Reino se haga posible. Todo lo que han soñado juntos por los caminos de Galilea, todo lo que han hablado, el nuevo mundo hecho de perdón y reconciliación, la nueva familia de los hijos e hijas de Dios, todo eso, parece que pasa necesariamente por la separación, por la muerte de Jesús.


No entienden mucho pero comparten aquel pan y aquel vino. Ya habían compartido muchas veces la comida con Jesús. Con Jesús y con los pecadores. Con Jesús y con los pobres. Con Jesús y con los marginados. Pero hoy tiene un sabor y un color diferente. El Reino está más cerca pero ha de pasar por la pascua del dolor y la muerte. El futuro les inquieta pero la actitud de Jesús alienta su esperanza. No entienden todo lo que pasa pero el rostro de Jesús les sigue llenando de paz.


Luego vendrá la crucifixión, la muerte. Luego experimentarán la resurrección. Y volverán a comer con Jesús muchas veces. Los de Emaús le reconocerán al partir el pan y sentirán su corazón arder al escuchar cómo les explicaba las escrituras. También a la orilla del lago compartirán el pan y un pez asado.



El mejor regalo que nos podía dejar

Y luego, cada vez que los discípulos se juntaban, les gustaba compartir el pan y el vino y repetir aquellas palabras de Jesús. El pan y el vino adquirían una nueva dimensión y un nuevo significado. Jesús y su Reino se hacían presentes en medio de ellos. Hacer memoria de aquella última cena les daba fuerzas y les hacía sentirse comprometidos para anunciar la buena nueva del Reino a todos los hombres y mujeres de su mundo. Les forzaba a trabajar por un mundo más justo y más humano, más hermano y más solidario. Daban gracias juntos, compartían su fe, escuchaban la Palabra, compartían el pan y el vino. Lo hacían en la intimidad de sus casas, en pequeñas reuniones de creyentes. Era la celebración central de su fe.


Hoy seguimos celebrando la Eucaristía. Escuchamos la palabra, compartimos la fe, comulgamos el pan y el vino, hacemos memoria de Jesús resucitado. Y salimos a la calle a seguir celebrando la Eucaristía con todos los hombres y mujeres de nuestro mundo. A compartir con ellos el pan y el vino de la vida diaria, de la justicia, del perdón, de la reconciliación, de la fraternidad. A tender la mano al hermano y cerrar el círculo del Reino, de los Hijos e Hijas de Dios, en donde nadie está excluido y todos son acogidos en el amor y la misericordia de Dios Padre.


Hoy la Eucaristía sigue siendo promesa de vida, fuente de esperanza, lugar de fraternidad, encuentro con Jesús y tantas otras cosas más, que nos hacen vivir en plenitud y ser más felices.

Fernando Torres Pérez cmf
fernandotorresperez@earthlink.net

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