Friday, July 31, 2009

La Compañía celebra a San Ignacio de Loyola


El Santo Padre nos ha regalado una preciosa Carta a los sacerdotes con motivo de celebrarse el 150 aniversario de la muerte del santo Cura de Ars, Patrono del clero. Esta Carta nos da pie para decir algunas cosas sobre cómo vivía San Ignacio su sacerdocio. “El Sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús”, repetía con frecuencia el Cura de Ars. El sacerdocio fue lo que San Ignacio vivió con mayor intensidad.

Un 24 de junio de 1537 se ordenaba de sacerdote en Venecia, junto con Francisco Javier, Laínez y los otros compañeros. Sin embargo no dirá su Primera Misa hasta el día de Nochebuena del año siguiente. Quiso “prepararse” durante año y medio antes de subir al altar. Y lo hará en la basílica de San Pedro, en el altar del Santo Pesebre, y a la media noche. ¿Qué sintió San Ignacio en su primera Misa? Es más fácil barruntarlo que expresarlo.

Hay una acuarela de Dousssinague, que representa a San Ignacio diciendo Misa y absorto en la visión de la Trinidad, representada en un círculo blanco, aureolado de rayos de oro, en cuyo interior aparece el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo bajo los símbolos de una mano, una hostia y una paloma. Abajo, rodeando el altar, una especie de pergamino, donde se lee: “...veía en alguna manera todas las tres personas...; el Padre por una parte, el Hijo por otra y el Espíritu Santo por otra salían o se derivaban de la Esencia Divina sin salir fuera de la visión esférica y con este sentir y ver, nuevas mociones y lágrimas...” (Diario espiritual de San Ignacio)

Gracias a este Diario, que San Ignacio quiso quemar antes de su muerte, y del que, por fortuna, se salvaron unas pocas páginas, podemos penetrar en lo más íntimo de su alma. Este Diario ha estado inédito tres siglos, hasta que en 1892 lo publicó el P. de la Torre. La edición crítica se hizo en 1933. Poco tiempo después escribía la revista L´Osservatore Romano: “¿Quién hubiera creído posible un Diario místico de San Ignacio, en el que día por día, va apuntando el Santo las lágrimas que derrama sobre el altar mientras celebra la santa Misa? ¿Quién hubiera sospechado ni aun de lejos la dulzura incomparable que embriaga a este hombre, tenido por muchos como un milagro de fuerza, pero no así de divina dulzura? Pocas veces nos ha sido dado leer páginas en apariencia tan descarnadas y, sin embargo, tan cargadas de divinos jugos; tan enjutas y a la vez tan dulces; tan lejos de toda pretensión literaria y artística y, sin embargo, tan poderosas, tan inmediatas y casi mágicas”Podemos decir con el P. Arrupe que “toda la aventura mística y trinitaria de Ignacio le ha sido prácticamente impuesta. Es una iniciativa divina. Una “invasión mística que se apoderó de su alma apenas convertido a Dios y que no le abandonó jamás”.
Y uno de los mejores especialistas de la espiritualidad de San Ignacio, el P. De Guibert, escribirá que estamos “en presencia de una vida mística en el sentido más estricto de la palabra; en presencia de un alma conducida por Dios por los caminos de la contemplación infusa, en el mismo grado, si no de la misma manera, que un San Francisco de Asís o un San Juan de la Cruz...”.
La mística de San Ignacio en el Diario “se nos presenta como una mística esencialmente trinitaria y eucarística, cuanto a su objeto; como una mística de servicio por amor, más bien que de unión amorosa cuanto a su orientación general. Dentro del carácter trinitario de esa mística, resalta la parte que tiene Jesucristo Hombre-Dios en llevar a Ignacio al conocimiento y amor de la Trinidad. El carácter eucarístico de su mística aparece en el hecho de que es en la santa Misa cuando Ignacio tiene principalmente sus visiones, ilustraciones, lágrimas, etc.
Su mística, finalmente, nos presenta más que el aspecto de unión amorosa el de un servicio por amor, dada la vocación apostólica de Ignacio”
San Ignacio gozó al final de su vida de un estado de unión consumada y permanente con Dios, del que dice Santa Teresa: “Acá es como si cayendo agua del cielo en un río o fuente, adonde queda hecho todo agua, que no podrán ya dividir ni apartar cuál es el agua del río o lo que cayó del cielo; o como si un arroyico pequeño entra en la mar, no habrá remedio de apartarse; o como si en una pieza estuviesen dos ventanas, por donde entrase gran luz; aunque entra dividida, se hace todo una luz. Quizá es esto lo que dice San Pablo: El que se arrima y allega a Dios, hácese un espíritu con El...” (Castillo interior, séptimas moradas)
La originalidad de la mística de San Ignacio es que se da en ella la “junta perpetua de la mística más sublime con una ascesis que pudiera parecer elemental: vg, la del examen constante de las acciones que se refleja en el Diario, aun la del examen particular, que San Ignacio siguió practicando hasta su muerte”. Sin este documento excepcional jamás podríamos averiguar toda la profundidad que encerraba, por ejemplo, esta frase de la Autobiografía del Santo: “Toda su vida le ha quedado esta impresión de sentir grande devoción haciendo oración a la Santísima Trinidad” (Autobiografía, nº 28).
Que San Ignacio y el santo Cura de Ars hagan realidad para la Iglesia el deseo que Benedicto XVI expresa en su Carta: “promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso e incisivo”
San Ignacio de Loyola fue mucho más que un Fundador y un Organizador excepcional; fue un verdadero Místico. En este año sacerdotal he querido insistir en esta faceta desconocida por muchos.
P. Ernesto Postigo, S. J. (Hoja Borja)

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