Sunday, November 21, 2010

Comentario de la 1a. y 2a. lectura por José Enrique Galarreta sj

LECTURAS

Domingo 34 del Tiempo Ordinario


2 SAMUEL 5, 1-3


Todas las tribus de Israel fueron a Hebrón a ver a David y le dijeron:

- Hueso y carne tuya somos; ya hace tiempo, cuando todavía Saúl era nuestro rey, eras tú el que dirigías las entradas y salidas de Israel. Además, el Señor te ha prometido: "Tú serás el pastor de mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel".

Todos los ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver al rey, y el rey David hizo con ellos un pacto en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos ungieron a David como rey de Israel.


Los dos libros de Samuel se llaman así no porque Samuel sea su autor sino porque es su protagonista. Son obra de la Escuela Deuteronomista, y se escribieron hacia el reinado del rey Josías, en torno al año 620 aC.

En estos libros se narra el nacimiento de la monarquía de Israel. Son hechos que debieron suceder en torno a al año 1.010 a.C. Israel ha sido un conglomerado de tribus mandadas esporádicamente por caudillos carismáticos y ocasionales, - los "jueces" -. Pero las circunstancias políticas le llevan a necesitar un poder central más fuerte, un rey.

Ante esta situación, el pueblo está dividido: unos piensan que la fidelidad al Señor exige no fiarse de esos criterios humanos, y seguir como están. Otros defienden que la monarquía puede ser también querida por el Señor y no significa ninguna infidelidad. El árbitro de la situación será el profeta Samuel. Él unge al primer rey, Saúl, que fracasa. Tras esto, Samuel unge al segundo rey, David, que conseguirá la unión de todas las tribus y engrandecerá definitivamente el reino. El texto de hoy presenta el momento en que las tribus de Israel, representadas por sus ancianos, aceptan a David como rey de todo Israel.

Estos libros son "históricos", pero con la peculiar manera de entender la historicidad de la escuela deuteronomista. Se usan los materiales propiamente históricos, las antiguas crónicas, anales y tradiciones, para escribir la "historia sagrada", la historia de la fidelidad e infidelidad de Israel, de modo que les preocupa, más que la exacta fidelidad histórica, el sentido de la historia vista desde la fe, desde la óptica de "La Alianza".

La realeza será poco a poco una institución "sagrada" en Israel, y se verá en el rey poco menos que la presencia del Señor al frente de su pueblo. La fidelidad de Israel dependerá de la fidelidad del Rey, y de la conducta del Rey dependerán las bendiciones o castigos de Dios.

En realidad, la monarquía será un desastre, en Judá y más aún en Israel, el reino del norte. Apenas cuatro reyes (David, Josafat, Ezequías y Josías) serán piadosos y cumplidores de la Ley. Esta será una de las razones por las que el Señor dejará de apoyar a su pueblo, permitirá que Jerusalén y el Templo sean conquistados y destruidos y lo enviará al destierro.

Del recuerdo, mitificado, del Rey David nace en el pueblo una idea de Mesianismo, perfectamente viva en tiempos de Jesús: volverá un nuevo David, salvador del pueblo. Este Mesías Davídico, de connotaciones claramente políticas, de triunfo del pueblo sobre sus enemigos, será expresamente rechazado por Jesús.



COLOSENSES 1, 12-20

Demos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido por cuya sangre hemos recibido la redención y el perdón de los pecados.

Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de él fueron creadas todas las cosas, celestes y terrestres, visibles e invisibles; Tronos, Dominaciones, Principados y Potestades, todo fue creado por Él y para Él. Él es anterior a todo y todo se mantiene en Él.

Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo.

Porque en Él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por Él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.


Tradicionalmente se piensa que esta carta la escribió Pablo desde su prisión de Roma, hacia el año 63, aunque la investigación actual duda de que la carta sea realmente de Pablo, y algunos creen que es de un discípulo que imita hábilmente su estilo. Está dirigida a los cristianos de Colossos, ciudad de Asia Menor.

La intención fundamental de la carta es salir al paso de algunas enseñanzas erróneas, muy probablemente de origen gnóstico, que empezaban a circular por aquellas comunidades.

Después de los saludos habituales, la carta empieza por un Himno a Cristo, que es lo que hoy leemos, uno de los pasajes más complejos y profundos de la cristología de Pablo. Se piensa que éste puede ser un himno litúrgico, que Pablo aprovecha aquí para exponer la doctrina básica sobre Cristo.

Se usan poderosas imágenes tomadas de la Escritura:
Como introducción, la oposición LUZ ßà TINIEBLAS, la acción de Dios como libertador que saca de las tinieblas a la luz y conduce al reino. Es como un resumen de todo el mensaje del libro del Éxodo. Cristo es el que nos saca del pecado y nos conduce a la Vida.
Sigue después una serie de "atributos cósmicos" de Cristo como encarnación de la Sabiduría de Dios, que entroncan directamente con la manera de concebir a Dios de los Libros de Sabiduría de Israel.
Cristo es IMAGEN de Dios invisible. Recordamos que así es el ser humano en el primer relato de la creación, en génesis 1.
Primogénito: hermano de sangre, pero el primero, el heredero de la Promesa.
Cristo es la encarnación de La Sabiduría de Dios, anterior a todo, fuerza creadora, sentido de todo.
Y se termina con una interpretación eclesial de Cristo:
Es la cabeza de este cuerpo que es la Iglesia.
El Primero en resucitar de entre los muertos.
El punto de reconciliación, el definitivo encuentro de la humanidad y la creación con Dios.


José Enrique Galarreta, S.J.
Fe Adulta

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