Thursday, May 26, 2011

Los últimos de los últimos también tienen derechos


El sacerdote valenciano Vicente Aparicio construye un centro para niños discapacitados en el Sáhara


MARIA NIEVES LEÓN | La tarde declina en Smara. El sol va bajando y se oculta tras las dunas. Todo aparece en tonos rosados, mientras un grupo de chiquillos corretea por las calles polvorientas. La población puede llegar a tener hasta 20.000 habitantes y está agrupada en distintos asentamientos. Las viviendas, con apenas algún muro de adobe, son casi todas jaimas. Smara es la única ciudad importante del Sáhara Occidental no fundada por españoles, una de las cuatro wilayas –provincias– en las que se estructuran los refugiados saharauis en Tinduf.

Son escasas las edificaciones situadas en pleno desierto, y todas ellas de una planta. Lo que en principio iba a ser una instalación temporal, una concesión por parte de Argelia, se ha convertido en residencia permanente, sin red de agua potable ni alcantarillado. Las calles son de polvo y arena. Carecen de los mínimos servicios que nosotros exigiríamos para considerarlo digno. Los pozos de agua, de mala calidad, muy salinos, se utilizan para regar las pobres huertas que el Sáhara permite cultivar. Y los cultivos, también muy pobres, los utilizan para consumo propio. Todo lo demás, incluyendo el agua para beber, tienen que importarlo.

Las tiendas de campaña tienen una zona de estar y dormitorios, y a veces pueden tener una pequeña cocina de obra exterior. Entramos en una de ellas y vemos humear las jarras de té. Vicente Aparicio, el padre Vicente, está conociendo los habitantes del lugar, donde va a levantar un centro para discapacitados profundos. Un grupo de mujeres le rodea y le enseña el poblado. Es gente muy acogedora y enseguida le brindan un gesto de bienvenida.

Las mujeres son las que han llevado el mayor peso del trabajo desde que se produjo el exilio. Al ‘desinstalarse’, los hombres han perdido su medio de vida y las mujeres tienen que continuar llevando adelante la casa, como pueden, y cuidar de los hijos, en peores condiciones que antes, intentando mantener su forma de vida y guardar sus tradiciones. Las escuelas, en las que enseñan el español, solo alcanzan a los más pequeños, y si algún chico quiere progresar, necesariamente tiene que salir de allí.


Un asunto tabú

Esto se encuentra Vicente Aparicio al llegar a Smara. Pero, ¿por qué está ahí?
La cosa surgió al ver un vídeo en el que un grupo de cooperantes repartía alimentos a los antiguos habitantes del Sáhara. Allí aparecían unos niños con discapacidad viviendo en condiciones poco dignas. Él preguntó si tenían algún tipo de atención y la respuesta fue negativa.

No solo eso, sino que, en general, los mantienen escondidos dentro de las casas para que nadie los vea, “como un tabú, especialmente para las embarazadas, que creen que si ven a algún niño con minusvalía, su bebé también la puede tener. Así que las familias los apartan”.

Aparicio se puso en marcha. Hace treinta años que creó la Asociación de Padres de niños discapacitados (ASPADIS), que en este momento tiene ya, en Valencia, en la comarca de la Ribera, cuatro centros que él dirige y en los que atienden a unos 100 muchachos.

Lo de ser voluntario le viene desde atrás. A los 16 años comenzó a colaborar en el psiquiátrico de Valencia, llegando a ser, dos años más tarde, coordinador nacional de Cruz Roja Jóvenes. “Mi vocación sacerdotal nació por el descubrimiento de Dios a través del mundo del dolor y la marginación”, cuenta él. Dejó sus estudios de Derecho e ingresó en el Seminario. Hoy compagina la dirección y gestión de los centros de discapacitados que ha levantado con las clases de Religión que imparte en el Instituto Bernat Guinovart de Algemesí.
Vida Nueva

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