Monday, July 30, 2012

Ampliar nuestros horizontes: el desafío del multiculturalismo

(cc) theprisma.co.uk


“Una mujer que tenía a su hija poseída por un espíritu inmundo se enteró de la llegada de Jesús, acudió y se postró a sus pies.  La mujer era pagana, natural dela Fenicia siria. Le pedía que expulsase de su hija al demonio. Jesús le respondió: ‘Deja que primero se sacien los hijos. No está bien quitar el pan a los hijos para echárselo a los perritos’.  Ella replicó: ‘Señor, también los perritos, debajo de la mesa, comen de las migas que dejan caer los niños’. Jesús le dijo: ‘Por eso que has dicho, puedes irte, que el demonio ha salido de tu hija’. La mujer se volvió a su casa y encontró a la hija acostada en la cama; el demonio había salido.” (Mc 7, 25 – 30)
Este texto impresiona, porque marca un hito en el evangelio de Marcos: a partir de ese momento Jesús comienza a desplegar su misión fuera de las fronteras de Galilea: se dirige ahora también a los paganos.
Jesús era de cultura judía; de hecho, las últimas investigaciones han concluido con mayor certeza que nunca de que no hay duda de la conciencia que tenía Jesús respecto de su origen hebreo. De ahí la relevancia de un episodio que muestra el primer encuentro de Jesús con personas de otros pueblos. El evangelista Marcos resalta todavía más el relato de este encuentro intercultural, al referir a la expresión “perros”, común entre los judíos para hablar de los paganos.
Somos testigos de algo que nos cuesta ver en Jesús: Cristo es interpelado por alguien que le cambia sus esquemas. Es cuestionado por la mujer ante la negativa de sanar a su hija por priorizar “a los hijos”, cuando le encara que los “perritos” también comen de las migajas.
Es una mujer pagana quien motiva a Jesús a ampliar sus “horizontes de sentido” para vislumbrar una realidad más amplia: la promesa de Dios no es solamente para Israel, sino para toda la humanidad. Ésta es la mejor noticia… y tiene consecuencias. Así, vemos cómo, después de este episodio, Marcos relata que Jesús se despliega en regiones paganas, donde vivían los “impuros”. Asombra que este relato lo haya conservado la naciente comunidad cristiana, considerando en este hecho una orientación clara para su misión futura.
¡Cuán útil puede ser este relato para nuestras relaciones con miembros de otras culturas! La interculturalidad se hace cada vez más común en nuestra sociedad liberal, que se abre paulatinamente a la presencia de migrantes y pueblos originarios que exigen participación.  El reclamo por su integración y reconocimiento nos hacen cada vez más conscientes de nuestros prejuicios por ignorancia, evidenciando la falta de espacio en la sociedad para el desarrollo de su propio ethos.
Tenemos que arriesgarnos a ampliar nuestros horizontes. Esto significa, primero, atrevernos a “escuchar” a los otros, conocer su cultura y modos de ser. A partir de eso podremos ver si nuestras opiniones o juicios de valor sobre ellos tienen justificación, o si son meros prejuicios. Conocerlos nos enriquece; amplía nuestra visión sobre los modos de “ser” humano.
Esto no significa que tengamos que adoptar la cultura del otro y dejar de valorar la propia.  Siempre tendremos nuestros propios horizontes de sentido; lo importante es que seamos capaces de dejar que se transformen con los aportes de estos encuentros, pues sólo así podremos estar más cerca de acceder a ese horizonte pleno que aspiramos alcanzar todos los hombres y mujeres.
Lo ideal ante esto es que tanto los pueblos originarios como los migrantes tengan el espacio necesario para dar cuenta de la riqueza de su cultura e identidad, sobre todo en la participación política, siendo de verdad escuchados en sus aspiraciones. Conscientes de la dificultad de que eso ocurra en Chile, tenemos que luchar por ampliar nuestros horizontes en la esfera pública, a través de la participación en el debate que desplegamos como ciudadanía, para exigir que su reconocimiento cultural se exprese en medidas que fomenten su inclusión, desde su propia identidad. Tal vez así ellos puedan alcanzar el espacio debido, y que se les ha negado por la injustificada proyección de una imagen de minusvaloración a su cultura.
Miremos a Jesús y constatemos que sus encuentros con los paganos lo hicieron más humano, sobre todo porque en ese intercambio descubrió que la realidad no sólo se podía ver desde el punto de vista de su propia cultura, sino que había un horizonte más pleno y hacia el cual caminamos todos los hombres. Un horizonte al que sólo accederemos si nos abrimos y dejamos transformar también por lo que puede ofrecernos ese otro distinto.
David Bruna O. S.J.
Territorio abierto

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