Friday, March 22, 2013

¿Un jesuita, Papa?


Los jesuitas tenemos una larga tradición de «servir a la Iglesia bajo el Romano Pontífice», tan larga como nuestra propia historia. Para eso fuimos fundados y en ello hemos permanecido siempre, aun en el período de tiempo en que la Compañía de Jesús estuvo formalmente suprimida por disposición del papa Clemente XIV (1773-1814). Es algo que pertenece a nuestro código genético, que hemos conservado y transmitido celosamente de generación en generación, lo que, en expresión temprana de san Ignacio de Loyola, constituye nuestro principio y principal fundamento. Por ello el empeño de «en todo amar y servir» a «la nuestra santa madre Iglesia jerárquica» ha estado, está y estará siempre vivo y ardiente en nuestro afán.



En cambio, gobernar la Iglesia no ha estado nunca presente en nuestro horizonte vital. Más bien, lo contrario. Se nos ha educado insistentemente para «no pretender fuera de la Compañía prelación o dignidad alguna, ni consentir a la elección de su persona, en cuanto de ellos depende […] conforme a nuestra profesión de humildad y bajeza». No es verosímil que ninguno de nosotros hubiera barajado en serio la posibilidad de que un jesuita llegara a ser papa, ni ahora ni nunca. Y, si llegara a serlo, ¿qué podría aportar a la Iglesia un papa jesuita?


Algo (o mucho) de lo aprendido y vivido como jesuita. En primer lugar, la convicción absoluta de que es Dios quien ha comenzado la historia de salvación de la humanidad y es solo Él quien ha de llevarla adelante hasta su consumación plena. Una propuesta de vida cristiana en seguimiento de Jesús, que se ha mostrado a lo largo de siglos y se está demostrando en esta hora de la Nueva Evangelización, sumamente luminosa y alentadora para abrir el camino a Dios, como lo único necesario, en la propia vida y en la vida de los demás. Una viva sensibilidad para captar las carencias y necesidades de la humanidad y un deseo ardiente de salir a su encuentro y remediarlas, con un servicio esmerado y cualificado, el de la caridad y la justicia. Y todo ello con la más limpia y recta intención de «ayudar y servir, sin algún otro interés» (Ignacio de Loyola). Ya sería bastante.

Urbano Valero S.J.
pastoralsj


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