Sunday, April 26, 2015

SER CURA A 25 GRADOS BAJO CERO. La fe según el sacerdote ruso que celebra misa en la Antártida, en la iglesia más austral del planeta


“Los trabajadores rusos del Polo Sur, como cualquier otro creyente, también quieren ayuda espiritual y una iglesia dedicada a Dios”. Palabras de Sophrony Kirilov, sacerdote “enviado especial” a la isla King George -o 25 de Mayo, si se prefiere el nombre argentino-, en el archipiélago de las Shetland del sur. La iglesia más austral del mundo.
El religioso es una de las 100 personas que permanecen en estas latitudes incluso durante el invierno, cuando las temperaturas alcanzan los 25 grados bajo cero, mientras que en el verano la región se “puebla” y puede llegar a contar hasta 500 personas.
Kirilov, de 38 años, forma parte de un grupo de sacerdotes rusos que se turnan para vivir en la Antártida durante un año. En una entrevista a AP cuenta que ésta es la cuarta vez que viene al continente blanco, un lugar que él considera muy especial: “En el mundo no hay tranquilidad ni silencio. Pero aquí hay muchísimo silencio”, explicó.
Su templo, dedicado a la Santísima Trinidad, es una pequeña construcción de madera que proviene directamente de Siberia; fue consagrado en 2004 y colocado sobre una colina rocosa cerca de la base científica rusa de Bellinghausen, donde viven entre 15 y 30 personas. En verano los turistas y el personal de las estaciones internacionales de la zona desafían los vientos para llegar a la iglesia y siempre –cuenta el sacerdote- quedan impresionados por la belleza del muro donde se han colocado los característicos iconos dorados de la tradición rusa, que representan santos y ángeles. De noche la iglesia se ilumina desde abajo para que sirva como punto de referencia luminoso –una especie de faro- para las naves que surcan los mares australes.
Todos los domingos el padre Kirilov celebra misa y lee las escrituras en ruso. “Gracias a Dios, éste es un regalo precioso para nosotros”, explica, agregando sin embargo que le gustaría tener más fieles en las misas dominicales, a las que por ahora asiste un puñado de rusos. El resto de la semana el sacerdote trabaja como albañil y carpintero. Son suyas, por ejemplo, las flores pintadas sobre la puerta del templo, para tener un recuerdo de la naturaleza durante el oscuro invierno antártico. Y en su tiempo libre se transforma en explorador y recorre la zona en esquí o en trineo con motor. Sin duda, cuenta, la vida en la Antártida no es fácil, y estar lejos de la familia (Moscú se encuentra a 16 mil kilómetros de distancia) siempre se hace sentir. Sin embargo, Kirilov sabe que el mismo día que deba partir para que venga otro sacerdote empezará a sentir nostalgia de esta tierra inhóspita. “Aquí puedes hablar con Dios en paz”, afirma. “Sí, puedes hacerlo en cualquier lugar de Rusia, pero aquí es algo especial”.
por Andrea Bonzo
Tierras de América

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