Sunday, October 25, 2015

Divorciados: Discernimiento y la sorpresa de la “vía mexicana”


La contribución concreta de obispos mexicanos al debate sobre los divorciados vueltos a casar, en las palabras del obispo auxiliar de Monterrey, Alfonso Miranda Guardiola

ANDRÉS BELTRAMO ÁLVAREZCIUDAD DEL VATICANO

En el gran debate “mediático” del Sínodo, la disputa entre cardenales alemanes pareció captar toda la atención. Tanto que llegó a hablarse de “vía alemana” como respuesta al tema de los divorciados vueltos a casar. A final de cuentas, los obispos participantes en la asamblea no recomendaron dar la comunión para estas personas, pero sí propusieron el “discernimiento” (es decir, análisis de la situación caso por caso).


Lejos de esos reflectores, un obispo mexicano realizó una significativa contribución dentro del aula sinodal. Se trata de Alfonso Miranda Guardiola, obispo auxiliar de Monterrey. Desde hace 19 años trabaja pastoralmente con las familias heridas. En entrevista cuenta detalles de la “vía mexicana” y el discernimiento.


Sobre el tema de los divorciados vueltos a casar, ¿qué significa el “discernimiento” propuesto por el documento final del Sínodo?


Significa que la Iglesia está asumiendo lo que ya en algunas partes, como en Monterrey (México), lo estamos haciendo: un acompañamiento de los divorciados vueltos a casar considerando su situación, cómo viven, dónde están sus hijos, si están con ellos o no, el cónyuge anterior. Un discernimiento, sobre todo, siendo sensibles con la realidad que están viviendo. Hay que hablar en un sentido amplio, considerar sus problemas personales, psicológicos y otros, no en función específica a la comunión sacramental. Es hablar de manera explícita del ponerse en los zapatos del otro, llorar con los que lloran, conocer su situación a profundidad.


Entonces este trabajo pastoral no se enfoca sólo a la comunión.


Nos enfocamos al acompañamiento espiritual y moral de la persona. Nuestro objetivo es acercarla a Dios, regresarla a la Iglesia, que se sientan amados por Dios y por la Iglesia, aunque no puedan comulgar. Para ellos es más duro que la Iglesia no los apoye, que el no poder comulgar.


Parece que se quiso reducir el Sínodo a una disyuntiva: “Comunión sí, comunión no”. ¿Las parejas en estas situaciones reclaman todas comulgar?


Depende. Las que vienen conmigo, con las cuales trabajo y están en mi corazón, no. Ellas esperan una señal de parte de la Iglesia hacia su situación. Ellas no están esperando una comunión sacramental, algunas por supuesto que sí, la sueñan, pero saben que eso no se iba a decidir ya aquí en el Sínodo. Antes de la comunión sacramental había que lograr, cosa que se logró, un cambio de actitud y un cambio de lenguaje. Eso creo que se consiguió y por eso me voy completamente satisfecho, sumamente feliz.


¿Por qué sienten tan excluidas las personas en estas condiciones?


Hay tantas historias. Muchos se acercaban a la Iglesia y el padre las rechazaba, les decían: “No, vete. Tu no puedes comulgar, no puedes confesarte, no puedes recibir la bendición”. Eran muchos rechazos y negaciones. Los ninguneaban muy feo, pero eso ya va a cambiar. Un obispo dijo: “Es una Iglesia nueva”. Estoy de acuerdo, así lo creo. Ya no más señalamientos, no más.


¿Eso se podría reflejar en cuestiones prácticas de la vida de la Iglesia como el hecho que estas personas sean catequistas o padrinos?


No se dice tan específico, pero el documento final del Sínodo recomienda que esas formas de exclusión en cuanto a liturgia y otras cuestiones que ya no sigan, que se replanteen y se abran. Eso en el lenguaje es nuevo, pero en la práctica no lo es. Por ejemplo en Monterrey hay divorciados vueltos a casar que son presidentes de los consejos parroquiales, ya están en catequesis, en retiros. Ya trabajaban pero sin reconocimiento, ahora lo tendrán.


¿Qué diría usted a los fieles que temen un “abaratamiento” del ideal cristiano con la misericordia hacia las personas en estas condiciones?


Se ha dicho que atender a los divorciados vueltos a casar no es atentar ni desatender la indisolubilidad del matrimonio. Al contrario, es un signo en el cual se expresa la caridad de la Iglesia. Por lo tanto atender a una persona que ha caído no significa no caminar con el que puede caminar. Pero aún más, quienes están sacramentados no deberían ser como el “hermano mayor” que rechaza el hijo pródigo que viene a la casa y el padre quiere abrazar para que viva.


¿Cómo está la situación de México en este tema?


En México se está avanzando mucho, en Monterrey tenemos 10 grupos y en el país tenemos 15 diócesis que ya abrieron grupos, gradualmente se están abriendo, estoy en la comisión de familia de la CEM, este tema ya permea y ya existe un cambio de actitud general.


Durante el sínodo se habló mucho de la “vía alemana”, como si fuesen los cardenales de esa nacionalidad el fiel de la balanza en materia de divorciados. Pero su contribución fue tan significativa que se puede hablar también de una “vía mexicana”, ¿o no?


Claro, por supuesto. Nosotros empezamos hace 19 años pero antes hubo otros sacerdotes dedicados a este tema. Pero no se trata de personalismos, sino de contribuir. Una cosa si puedo decir: vine con un compromiso de hablar, de gritar y lo hice hasta donde más pude. Fue un compromiso con las parejas con las que trabajo. 

Hace unas semanas fui a dar una conferencia a los capellanes militares de México y ellos estaban muy interesados en este tema, preguntaban cuándo se podrían ver avances. Les respondí: Para eso está el Sínodo, ahí hay que hablar. Así entendí que era mi misión hablar y hice todo lo que pude. Fuimos muchos los que hablamos y gritamos. Pero lo que movió fue el espíritu de todos de querer un camino de misericordia, como pide el Papa Francisco.

Vatican Insider

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