Wednesday, December 16, 2015

Año jubilar de la misericordia por José Agustín Cabré Ruffat, claretiano




La iglesia católica vivirá un tiempo especial desde el 8 de diciembre de 2015 al 20 de noviembre de 2016. En ese período invita a vivir y celebrar al año jubilar de la misericordia.
Se trata de un tema muy cercano al corazón del papa Francisco, porque en él se centra el meollo del mensaje del evangelio. Jesús vino a proclamar el amor de Dios Padre-Madre en la historia de la humanidad. Y si es amor, es misericordia, bondad, comprensión, ternura. En la carta de anuncio de este tiempo especial, dice Francisco: “es mi deseo que el Jubileo sea experiencia viva de la cercanía de Dios, como si se quisiese tocar con la mano su ternura, para que se fortalezca la fe de cada creyente y, así, el testimonio sea cada vez más eficaz”.
Cuando se habla del “año de jubileo” hay que volver a la experiencia de Israel que cada siete años dejaba descansar las tierras, aprovechando solamente lo que naturalmente produjera; que debía dejar en libertad a los que hicieran trabajos de esclavos; que los que habían vendido sus propiedades podían recuperarlas, porque la tierra no se podía vender a perpetuidad.
En la tradición cristiana el tiempo de jubileo fue tomando características propias, conservando el llamado a ponerse en paz con Dios, con el prójimo y consigo mismo. Pero se le fueron añadiendo simbolismos que pusieron un disfraz al verdadero sentido original: para demostrar la libertad interior del que vive el jubileo, había que hacer gestos exteriores: peregrinar a los santuarios (desde luego, a Roma) para pasar por “la puerta santa”; hacer signos penitenciales (acudiendo al sacramento de la reconciliación); realizando obras de caridad (ayudando materialmente a algún necesitado).
Estos tres simbolismos fueron convirtiendo el año de jubileo en una experiencia light.
El gobierno de Italia se frota las manos con regodeo cada vez que la iglesia llama a un año jubilar; el flujo turístico que llega a Roma llena las arcas fiscales con monedas de todo el mundo. Las peregrinaciones a los santuarios y templos de las principales ciudadesalimentan también las alforjas de los municipios, de los empresarios de transporte, de los comerciantes de comida y de chucherías, y también, desde luego, las alcancías de los templos.
El año jubilar ha ido tomando un tono de conversión personal que es necesario para cambiar el rumbo de la vida de la gente y de los pueblos, pero que se queda en eso: en pedir perdón cuando antes se debería pedir justicia.
Hay un llamado pero no hay un compromiso para hacer descansar la tierra de tanta tropelía. Los bosques nativos seguirán siendo reemplazados por los bosques de eucaliptus y pino radiata que secan las napas subterráneas dejando el paisaje desolado y los bolsillos de los empresarios abultados. Los glaciares cordilleranos seguirán soportando los intentos de ser trasladados, con evidente pérdida de su estado, para buscarle minería bajo sus entrañas. Los ríos seguirán siendo envenenados con los residuos industriales de las grandes compañías transnacionales. Los campos agrícolasseguirán experimentando químicos transgénicos para hacerlos producir el céntuplo, en una carrera por estrujar todas sus posibilidades. El ser humano seguirá siendo un consumidor que traga todas las propagandas, los slogans, las promesas de un futuro feliz en base al endeudamiento.
Un “año santo”, proclamado como tiempo de jubileo, en el que la iglesia otorga con generosidad la indulgencia, debiera ser primeramente un tiempo de justicia antes que un tiempo de santidad. La llamada “indulgencia” viene después a sanar en plenitud la vida de quien se considera pecador, se ha arrepentido y se ha sentido perdonado. Viene a cubrir con la misericordia la huella que queda después de error. Pero no viene a disimular las injusticias.
El peligro está en quedarse mirando la puerta santa y no mirar al prójimo, a la naturaleza, al hecho social. El que experimente la misericordia de Dios en su vida debe convertirse en alguien que también derrame misericordia a su alrededor. Solamente así será posible un año jubilar. De lo contrario, podrá ser un año piadoso, y nada más.
José Agustín Cabré, claretiano
El catalejo del Pepe

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