Wednesday, December 16, 2015

En la crisis de la Iglesia chilena no todo es malo por Marco Antonio Velásquez

Conferencia episcopal de chile

Sólo el 18% confía en la Iglesia católica


"Ciertos pastores parecen no comprender el lenguaje del mundo"


(Marco Antonio Velásquez).- Hace cinco años, hablar de crisis de la Iglesia chilena habría sido exagerado, pese a que eran días en que los escándalos del padre Karadima comenzaban a socavar la credibilidad de una institución vastamente respetada. En el presente, la crisis es evidente.
Ante los hechos, la mayoría de los obispos parecen indiferentes, incluido el nuncio del papa en Chile. Pocos reconocen públicamente la gravedad de la situación; mientras la Conferencia Episcopal de Chileacusa recibo con un silencio elocuente. Prueba de ello es que, al término de la 110ª Asamblea Plenaria, los obispos decidieron no ofrecer un mensaje a la ciudadanía -como era tradición- optando por un mensaje de aliento dirigido sólo a las comunidades católicas.
Tomando distancia del mundo, la jerarquía parece volcarse ad intra para contener la fe de quienes aun añoran una cristiandad protegida desde las estructuras eclesiales.
Síntoma de inseguridad fue la celebración de "La alegría de ser católico". Un evento realizado a fines de noviembre, que movilizó a unos 50 mil fieles, que salieron a desfilar por las calles de Santiago, presididos por el cardenal Ezzati. Ver a una feligresía jubilosa, exultante y ajena a los pulsos sociales era la negación misma de una realidad inobjetable.
Tan desconcertante como aquello, fue el establecimiento del premio "Líderes católicos"; reconocimiento con que el cardenal Ezzati ha querido empoderar a algunos personajes de la vida pública chilena para emprender algunas cruzadas específicas, todo ello en una sociedad secularizada y plural, donde la Iglesia se resiste a aceptar el juego democrático.
Elocuentes fueron los reconocimientos realizados a dos ex parlamentarias, de quienes el cardenal espera que jueguen un rol decidido frente a la posibilidad de establecer la Ley que despenaliza el aborto y el impulso de una eventual Ley de matrimonio homosexual. Dicha premiación coronó la graduación de 500 jóvenes formados para ser futuros líderes católicos. Ello es parte de la Escuela de Líderes que creó el arzobispo de Santiago para contrarrestar la escasa influencia social que presenta la Iglesia en la actualidad.
El desfile de católicos por la calles de Santiago, así como la formación y premiación de líderes al alero del Arzobispado son reveladores de la estrategia apostólica del cardenal Ezzati, en momentos en que la crisis de la Iglesia chilena arrecia. Visto así, el obispo, más que pastor, parece un caudillo que se inspira en antiguas reminiscencias de la cristiandad, para alistar a sus contingentes laicales en pos de una gran cruzada.
El obispo reaviva así tiempos preconciliares, donde la Acción Católica -constituida por laicos- era formada y guiada por la jerarquía para inducirlos a una acción apostólica en el terreno de la contingencia. De esa manera, el laicado católico actuaba en la sociedad como el "brazo largo de la jerarquía", abarcando el campo sindical, político y legislativo.
Es cierto que los tiempos de la Acción Católica se recuerdan como uno de los momentos de mayor fecundidad apostólica en la Iglesia, siendo en Chile uno de sus mayores exponentes el querido padre Alberto Hurtado. Sin embargo, dicha acción tenía una debilidad teológica fundamental: el laicado no estaba facultado como cristiano para actuar con autonomía en la sociedad, debiendo su acción ser mediada por el clero.
Para alcanzar la mayoría de edad laical tuvo que transcurrir el Concilio Vaticano II. Sólo en 1965 el laicado quedó habilitado teológicamente para actuar en medio de las realidades temporales, no en virtud de mandato alguno del clero, sino por reconocimiento de su autonomía para servir preferentemente las realidades temporales. Así, la presencia laical del cristiano en el mundo no es más una concesión graciosa de la jerarquía, sino el reconocimiento de la confianza que Dios deposita en la libertad de sus hijos e hijas.
Siendo ésta la esencia de la teología laical, es incomprensible que un obispo en pleno siglo XXI recurra a resabios de la cristiandad para movilizar a la Iglesia, tras un objetivo más personal que de interés común. Ello, en la práctica parece revelar más confianza en los propósitos personales que en la acción del Espíritu de Dios, que sopla en la intimidad de la conciencia de los fieles esa invitación delicada a hacer el bien y evitar el mal.
Afortunadamente, Dios parece guiar la historia. Y si Dios permite el descrédito y la desconfianza que la sociedad brinda a una Iglesia de tipo jerárquico-imperial, es como si quisiera arrebatarle a la Iglesia ese afán de reconquistar el poder temporal que tanto contradice el Evangelio.
Ciertos pastores parecen no comprender todavía el lenguaje del mundo, que a ratos grita un mensaje elocuente y profético.
Recientemente se ha conocido una encuesta de opinión que dice que sólo el 18% de los chilenos confía en los sacerdotes católicos, observándose una disminución importante de esa confianza en los últimos cinco años. Paralelamente, el 31% de los chilenos atribuye mucha influencia o poder a los sacerdotes católicos, variable que en los últimos cinco años muestra un rápido deterioro. Consecuentemente, concluye que entre los principales actores sociales que sirven en el país, el sacerdocio es el que ha perdido más confianza y poder en los últimos cinco años en la sociedad chilena.
Esto que para algunos puede ser un hecho preocupante, evangélicamente es una buena noticia, porque una Iglesia que se ha descentrado en la búsqueda y concentración del poder, podría comenzar a reencontrar el camino de retorno a sus orígenes. Ello depende de la docilidad de los obispos a los signos de los tiempos.
Marco Antonio Velásquez
RD

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