Thursday, March 10, 2016

UTOPÍAS Y EXTRAÑAMIENTOS por Ana Sofía Pérez-Bustamante



Me cuenta un amigo que en Chipiona se está celebrando, en la hospedería de los franciscanos y por iniciativa de las asociaciones andaluzas de creyentes del movimiento de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (LGTB), un congreso de teología. Me parece muy bien: es tontería pensar que la orientación sexual está naturalmente vinculada o excluida de la espiritualidad. 
Me cuenta otra amiga que fue a Tel Aviv, y que es esta una ciudad realmente extraña: una especie de burbuja LGTB donde homo y heterosexuales están llevando a cabo pequeñas iniciativas insospechadas. Por ejemplo, conciertos mixtos de grupos arabojudíos para un público igualmente mixto, donde el lenguaje de la música logra lo que no consigue la política, quizá porque esta gente, homo y hetero, tiene ya la experiencia de lo que supone “abrir” la mente en lo fundamental. 
Las experiencias del extrañamiento tienen un enorme potencial. Cuando alguien es y se considera excluido de su grupo de origen, cuando alguien no se resigna a malvivir siendo “el otro”, “lo otro”, “lo inferior”, “el mal”, es cuando se aviva el espíritu creativo: el excluido se ve obligado a reformular el mundo, a construir un mundo para sí buscando a otros semejantes. Así sucede con los colectivos homosexuales, igual que antes con los feministas, y antes aún con los proletarios. 
En este proceso suelen caber dos direcciones extremas: los excluidos se agrupan para constituir un reflejo simétrico de quienes los excluyeron: de ahí el feminismo masculinófobo, o la homosexualidad heterófoba, o el proletarismo culturófobo (identificada la tradición cultural con el patrimonio burgués). Pero cabe también, en este proceso, descubrir que en la dinámica social hay líneas de confluencia: son muchos los tipos de diferencias que pueden buscar nuevos relatos comunes. Estos lazos de identificación pueden reforzar las iniciativas para hacer del mundo un lugar más justo, más inclusivo, mejor. Por lo menos el mundo que a uno le rodea, que es el único donde puede intervenir de manera directa, no por delegación. Utopía significa “no lugar”. Pero Tel Aviv existe. Chipiona existe. El nombre de un lugar lo ponemos nosotros, lo mismo que nosotros contribuimos a la manera en que en ese lugar se vive.

Diario de Cádiz. Ana Sofía Pérez Bustamante (Columna Efecto Moleskine)
Fe Adulta

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