Friday, May 18, 2018

La primera denuncia contra Karadima que nunca vio la luz: “Se leyó, se rompió y se botó”



Francisco Gómez Barroilhet firmó la que fue la primera carta que un grupo de denunciantes hizo llegar a la jerarquía de la iglesia en contra de Fernando Karadima, en 1984.


Francisco Gómez Barroilhet (55) firmó la que fue la primera carta que un grupo de denunciantes hizo llegar a la jerarquía de la iglesia en contra de Fernando Karadima, en 1984.

Tras ser su secretario privado por dos años y medio, entre los 17 y los 20 años, el entonces estudiante decidió romper con el círculo del párroco de El Bosque por los abusos sexuales y de poder de los que, durante ese tiempo, el mismo fue víctima y testigo.

34 años después, tras conocerse el duro documento que el Papa Francisco entregó a los obispos durante la primera reunión que sostuvieron en Roma, en la que acusó a la iglesia de sufrir de “sicología de élite” y de que se destruyeron documentos relativos a las investigaciones, su testimonio cobra más fuerza. Publicista y actualmente radicado en Villarrica, Gómez declaró en 2010 ante la fiscalía y el arzobispado para entregar su versión.

“Karadima es un personaje siniestro, sin duda perturbado mentalmente. Con una habilidad extraordinaria, de todas maneras, pero un tipo absolutamente perturbado. Tenía cosas que para mí eran tanto o más graves (que las tocaciones), especialmente desde su púlpito de cura. Y era el nivel de crueldad  que era capaz de ejercer con gente pobre, y con personas más débiles mentalmente, se reía de las desgracias o de las faltas de otro”, cuenta a La Tercera PM. “Yo mismo me he sorprendido de hasta dónde podía llegar el nivel de suciedad de este personaje, Karadima”, agrega.

Corría 1984 y Gómez, que vivía en Concepción, fue invitado por otros jóvenes a firmar esta carta, la que fue enviada al entonces obispo de Santiago, Juan Francisco Fresno.

“Lo que denunciábamos era el permanente toque de genitales. Eso nos tocó a todos y se hacía prácticamente en público. Karadima no buscaba instancias en que estuviera solo con uno para hacerlo: lo hacía cuando habíamos 10 o 15 personas en el comedor, en la sacristía. Los besos, estos que eran entre el cachete y la boca, cosas como meter la mano a lo tonto por detrás del cinturón, detrás de la pretina del pantalón y sin meter la mano hasta abajo… cuestiones raras. Y aparte era el tema del trato de Karadima, en que muchas veces no sólo era hiriente, sino que cruel. Ese tipo de cosas salían en la carta”, cuenta.

Tiempo después, y a través de Juan Holzen, un amigo que había conocido en Concepción y que terminó siendo el periodista del arzobispado, se enteró de lo que había ocurrido con la misiva.

Relata: “Un día lo llamé y le dije: ‘Juan, hace un tiempo atrás firmé esa carta para denunciar a Karadima a Fresno, ¿tú tienes idea de qué pasó con ella?’. Y me dijo: ‘Dame un par de días para echar una averiguada’. Me llamó de vuelta después y me dice: ‘Olvídate, no va a pasar absolutamente nada con esa carta’. ¿Pero por qué?, digo yo. Y me dice: ‘¿Tú sabes quién es el secretario de Fresno?’. Era Juan Barros. Entonces me dijo: ‘Tu comprenderás que con Juan Barros metido ahí no va a pasar nada con la carta’. Le pregunté: ‘¿Y qué más se puede hacer, hay alguna manera de hacer llegar esa información?’. Se dio hartas vueltas y al final me dijo: ‘Mira, esa carta llegó, se leyó, se rompió y se botó’.”

—¿Y quién la leyó?
—No sé. No me consta que Fresno la haya leído alguna vez. Eso fue todo lo que supe de la famosa carta. Yo la firmé como uno más, pero no fui el promotor.

—¿Cree que hubo encubrimiento por parte de Barros?
—Tengo la idea que Juan, así como todos los que formábamos parte del círculo más cercano a Karadima, que no éramos pocos, vio las mismas cosas que yo, escuchó las mismas cosas que yo escuché. En ese sentido, estoy seguro de que Juan sabía. Pero respecto de la carta no puedo decirlo porque no sé quién la abrió, la leyó, la rompió y la botó.

—¿Alguna vez a ud. o alguno de los firmantes se le dio alguna explicación? ¿Uds. volvieron a insistir en el tema?
—Entre que yo me fui de El Bosque y llegaron a pedirme la firma de la carta, yo nunca más supe nada de El Bosque. Cuando yo me fui algunos me quitaron el saludo, no me miraban, entonces no me seguí exponiendo a ningún tipo de actitud penca, nunca más aparecí ni llamé.

—En 2010, cuando fue contactado para declarar, ¿decidió activarse?
—Desde que yo me fui de El Bosque, tenía reclaro de que no me la iba a poder contra la iglesia. Pero lo que sí hice por un tema de sanidad mental, y a la larga creo que me hizo bien, fue que siempre denuncié a Karadima donde pude. Donde pude hablar de él, hablé, en comidas, reuniones, almuerzos. Cada vez que se daba el tema, siempre dije “Karadima es un chancho”. Y esto fue hasta el 2010. Más de alguna vez me gané la antipatía, me trancé en discusiones con gente, y eso que no le llegaba ni a los talones del nivel de abuso que tuvo con Hamilton, Cruz y Murillo. Yo no me sumé al grupo de ellos tres porque al lado de sus testimonios, lo que a mí me pasó fue nada.

“A la media hora me preguntaron si quería ser su secretario personal”


—¿Cómo llegó a El Bosque?
—Durante años una de mis abuelas, que era una mujer muy de iglesia, hinchaba a mi mamá para que fuéramos donde Karadima. Mi mamá nos dijo un par de veces, después cachó que no nos interesaba, y no nos insistió. A pesar de que yo no estaba muy cerca de la iglesia, sabía por el círculo en el que me movía que la Acción Católica convocaba a un montón de cabros de la edad de nosotros, más o menos de los mismos colegios, gente que uno ubicaba. Era bien taquillero y muy bien visto asistir a las reuniones. En una circunstancia que mi papá tuvo un infarto y estuvo grave, me bajaron las ganas de rezar para que se mejorara. Por ahí fue que, yendo a almorzar a la casa de una tía abuela que vivía muy cerca, entré a la iglesia de El Bosque. Estaba saliendo cuando se me acercó un seminarista, puede haber sido Juan Barros, y me invitó de parte del padre Karadima para que fuera con él a una reunión el sábado a las 6 de la tarde. Y fui, ahí vi que no era conmigo la reunión, sino que había 70 u 80 jóvenes, y se hacían dos veces a la semana.

Estuve en esa reunión, era una masa humana. A la salida, ahí sí fue Juan Barros que me dijo: “El padre quiere conversar contigo”. Conversé, me preguntó en qué andaba, y a la media hora me preguntó si quería ser su secretario personal. Altiro. Así fue mi llegada a El Bosque.

—¿Qué significaba eso en la práctica?
—El ser secretario personal de él era un honor, porque la verdad es que uno no hacía nada y éramos 10 o 15 los que éramos. Éramos como los elegidos. Después de ser secretario personal venían otros rangos. El otro era ser “zapatito”, que era cuando el cura te echaba el ojo y veía si estabas dispuesto a pensar si querías entrar al seminario. También fui zapatito, y en tiempo récord, no se demoró un año… habrán sido 3 meses. En ese nivel, yo tenía copia de la llave de atrás del recinto, por el lado de la plaza, que era una puerta por la que uno podía entrar y salir las 24 horas del día. Ya ese hecho tácitamente te daba acceso a todas las dependencias interiores de El Bosque, a almorzar, comer… a alojar no me quedé nunca.

“Dejé hablando solo a Karadima, me fui y no volví”

—¿Cómo decidió salirse?
—Habían muchas cosas que me molestaban y me hacían tener una cierta distancia con Karadima porque no quería exponerme a que las cosas llegaran a mayores. Todo el tema del acercamiento físico me repugnaba, pero aparte de eso, Karadima hizo muchos esfuerzos por manejar cosas de mi vida en las que no tenía nada que ver. Yo tenía una amiga que también era de la Acción Católica y que andaba con la idea de meterse a monja. Teníamos muy buenas migas, nos juntábamos a conversar, entre medio rezábamos, una amistad súper sana. Una vez esta niña me invitó a la piscina de su casa, yo fui, y cuando aparecí en El Bosque al día siguiente, el cura me subió y me bajó en la sacristía, donde estaba lleno de gente. Me empezó a decir que se me había metido el diablo. Lo dejé hablando solo, me fui y no volví. Ahí se acabó mi paso por El Bosque.

—¿Juan Barros era una persona que estaba ahí permanentemente, un reclutador?
—No, Juan no vivía ahí. Cuando yo lo conocí era seminarista, no estaba ordenado todavía, y era una persona que aparecía unas 3 o 4 veces a la semana, y era muy cercano a Karadima. Juan es un pan de Dios, no tengo nada que decir de él como persona, era un 7. El aparecía pero se iba, y era un gallo de confianza de Karadima para algunas materias. Así como Andrés Arteaga también era muy cercano y de confianza de Karadima en algunos aspectos, Juan era en otros.

—Dice que era un pan de Dios pero al mismo tiempo se le acusa de encubrimiento.
—Yo mismo, cuando me han preguntado, he dicho que las cosas que yo vi, Juan tiene que haber visto mucho más porque estuvo muchos más años después que yo.

—Son 34 años después de que mandaron esa carta. ¿Qué le parece la cantidad de tiempo que ha pasado hasta hoy?
—Sin duda me hubiera gustado que esto se hubiera resuelto hace muchos años atrás. Pero honestamente antes de que esto pasara el 2010, yo había tirado la esponja. Dije: “Esto nunca más se supo”. Así que en el fondo estoy contento de que el tema haya reventado. Me produjo mucha desilusión cuando en enero vino el Papa y se mandó esas declaraciones, y después me volvió el alma al cuerpo cuando, después de la visita de Scicluna, avisó que quería invitar a los denunciantes a Roma. La justicia tarda, pero llega.

—¿Por qué tenía tanta seguridad de que esto a Karadima no le iba a llegar?
—Fundamentalmente por dos cosas. Una, porque la iglesia es un ente bien hermético y con una cuota no menor de misterio en cuanto a cómo han resuelto sus problemas internos durante años. Por otra parte, porque Karadima es una persona que estaba rodeada de la gente más poderosa de este país. Poderosa económica, social y políticamente. Uno sabe que en un país como éste hay un montón de basura que uno conoce el nombre y apellido de quienes la producen y nadie paga. Todo el mundo se hace el leso. Pensé que en este caso iba a ser igual.

La Tercera

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